Friday, March 03, 2006

EL SEÑOR NEZAHUALCOYOTL.

ACCIÓN DE GRACIAS AL SEÑOR NEZAHUALCOYOTL.Por Waldemar Verdugo Fuentes.
(Los fragmentos de poesía del señor Nezahualcóyotl que se utilizan en esta crónica tomaron como base la traducción del profesor Ángel María Garibay K.)
Ilustraciones: El Rey Nezahualcóyotl en Códices Mexicanos.
Collages: serie Toluca, por W.V.F.
 

Sabemos que lo que escribes es lo que se te parece más. Y el señor  Nezahualcóyotl, rey, pensador y poeta nacido el año 1402, en su breve obra literaria que conocemos, anticipó el esquema humano que habían de seguir varios siglos más tarde las mentes preclaras de nuestros países de América. Según creo es la figura más importante de las letras prehispánicas, por eso doy gracias aquí a él por la obra literaria de mayor esplendor en nuestro continente. Sus poderosos poemas proféticos, de  amistad, penas y muerte, sus conceptos intelectuales, la organización que dio a su pueblo, las escuelas que estableció denuncian su personalidad enorme,  trascendieron a su propio tiempo y nos llegan como una tradición moral y espiritual. Para mi Nezahualcóyotl no es legendario, me es cercano y propio. Lo veo en su obra como Dios en el mundo: presente en todas partes y a la vez  invisible. Como debe ser.

   Me atrevo a trazar unas líneas de este hombre enorme en Toluca, viendo desde mi ventana la gruta coronada con su escultura en busto de metal que adorna el cerro de su oratorio, a cuyos pies he encontrado uno de mis hogares en México, al alero cercano del hogar del poeta Pedro Salvador Ale con María Teresa y su familia, y del ilustre cronista Carlos Héctor González y su familia, amigos míos muy queridos. Debo decir aquí que he leído del rey “todo cuanto existe”, como se dice, he mantenido conversaciones amenas con historiadores de su obra, como el maestro José Luis Martínez, quien me regaló su excelente acercamiento al rey poeta, “Nezahualcóyotl: vida y obra”, y he sido guiado por el ilustre maestro Alfredo Ortíz Martínez, bajo cuyo alero en la Universidad de México muchas generaciones de historiadores deben su formación. A su generosidad debo decir aquí que debo también el acceso a otros escritos de la época, de su propia biblioteca, así como al maestro don Federico Hernández Serrano, que me permitió consultar la información pertinente en los documentos del Museo de la Ciudad de México, en un proceso de años en que fui tomando estos apuntes, que ahora ordeno.

   El señor Acolmiztli  Nezahualcóyotl -nombres que significan brazo o fuerza de león y coyote en ayunas, respectivamente- nació al amanecer del 28 de abril de 1402, año que entonces se llamaba Ce tochtli o 1 Conejo. Era Hijo de Ixtlilxóchitl el Viejo, sexto señor de Tezcoco, y de Matlalcihuatzin, hija de Huitzilihuitl y hermana de Chimalpopoca, señores sucesivos de México-Tenochtitlan. Cuando nació en su casa real, los astrólogos anunciaron buenos augurios para el príncipe, pero no fue todo miel en su vida. 

   Los mexicas o aztecas habían llegado al valle, procedentes de "un lugar de garzas" llamado Aztlán, cargando a su dios tribal el sol-Huitzilopochtli. No sólo adoptaron los dioses que tradicionalmente veneraban los antiguos Toltecas, pobladores originales del valle de México, sino que, además, su profundo sentido religioso y conquistador los llevaron a establecer, como objetivo y vocación de su pueblo, una concepción místico-guerrera según la cual, como pueblo elegido por Huitzilopochtli, tenían la misión de alimentar a su deidad, de mantener la vida del sol mediante la sangre de las víctimas. Así se convirtió para ellos la guerra en una actividad religiosa indispensable que, al mismo tiempo que les permitía satisfacer su terrible culto, extendía sus dominios territoriales.

   Sin embargo, conservada por algunos sabios y poetas, subsistía la antigua tradición filosófica de origen Tolteca que reconocía el origen de las cosas en un principio dual, masculino y femenino, que rendía culto a las advocaciones y a los atributos de esa divinidad creadora y protectora y que se inspiraba en Quetzalcóatl, el civilizador legendario que enseñó a los hombres las artes y los oficios, el autodominio y la penitencia y opuesto a los sacrificios humanos. En estas circunstancias históricas y en el cruce de estas corrientes políticas y de pensamiento religioso va a surgir Nezahualcóyotl.

   En cuanto tuvo edad conveniente, entre los seis y los ocho años, fue enviado al calmécac, la severa escuela en que se formaban los hijos de los nobles y los sacerdotes, y su padre le asignó además, para que cuidara especialmente su educación, al sabio Huitzilihuitzin, que acaso despertara en el príncipe la afición por el conocimiento del antiguo pensamiento Tolteca, la sensibilidad poética y la piedad y que sería su aliado fiel y aún heroico en época de adversidades, a partir de la  muerte de su padre Ixtlilxóchitl, en 1418, que perece acosado por los tepanecas de Azcapotzalco. Acatando la orden paterna de esconderse para proteger su vida y la sucesión del reino, tiene que presenciar, impotente, el combate final que lo convertirá a la vez en huérfano y en señor de un reino desolado y cautivo. Acaudillados entonces por Tezozomoc y más tarde por Maxtia, los tepanecas tratan de sojuzgar a los principales señoríos del altiplano. En los años que van de la muerte de Ixtlilxochitl a una década más tarde, entre otros pueblos avasallan a los de Texcoco, y persiguen implacablemente a Nezahualcóyotl para evitar que rehaga su reino, obligando al joven príncipe a  armarse de astucias y cautelas para eludir las múltiples persecuciones y asechanzas de sus enemigos. Gracias a la intervención de sus tías aztecas, hermanas de su madre y del tlatoani Chimalpopoca, los tiranos le permiten vivir por algunos años en la Ciudad de México, donde completa su educación y su adiestramiento militar, y por fin en Texcoco, en 1426. Pero los tepanecas, como el líder Tezozomoc y luego su sucesor Maxtla están decididos a darle muerte.  Nezahualcóyotl, mientras defiende su vida de los intentos por matarlo, habla y envía mensajes a los antiguos aliados de su reino para reconquistar su señorío. En 1427 emprende la lucha contra los tepanecas, ayudado por múltiples reinos. Itzcóatl, el nuevo señor de México, que también había sufrido agravios de Tezozomoc y de Maxtla, propone a Nezahualcóyotl una alianza de sus ejércitos y así logra, hacia 1428, recuperar su reino junto con la muerte de Maxtla y la destrucción de Atzcapotzalco. Entonces se constituye también lo que será la Triple Alianza, formada por México, Texcoco y Tlacopan, señorío este último al que se asocia con el objetivo político de dar una representación a los tepanecas vencidos y asegurar la paz con ellos.

   Ya reconquistado y pacificado su reino, Nezahualcóyotl aún permanece en la gran Tenochtitlán donde, hacia 1430, dirige obras civiles muy importantes, como el bosque de Chapultepec que hoy gozamos, cuyos árboles ahuehuetes él sembró, y la introducción del agua a la ciudad por medio de canales bajo tierra y en altura. Al año siguiente es proclamado solemnemente señor de Texcoco, trece años después de la muerte de su padre, la mayor parte de los cuales habían sido para él cuestión de vida o muerte. Pero no guardó rencores; su primer impulso estuvo enfocado a perdonar y atraer a quienes se habían unido a los invasores durante su destierro, rectificó las fronteras de su reino y emprendió una organización política y administrativa ejemplares, proyectando estructuras sociales de servicio público, judiciales y culturales, distribuyendo con prudencia y generosidad responsabilidades y honores e iniciando su monumental obra literaria. Escribe:

   “Las flores, los cantos, tienen un origen divino, vienen del interior del cielo, pero sólo los recibimos como un préstamo. Ellos nos permiten darnos a conocer, manifestarnos aquí, pero sólo aquí en la tierra y por breve tiempo. Luego, las flores y los cantos vuelven a la casa interior de la divinidad, y nosotros somos olvidados, solo permanecen nuestros cantos”.

   En la organización que dio Nezahualcóyotl al señorío de Acolhuacan o Texcoco se combinaba el sistema de gobierno por medio de señoríos o feudos menores con una administración central, a cargo de consejos generales, mayordomías y un aparato judicial. Los señoríos menores, dependientes del principal de Texcoco, llegaban a catorce y sus gobernantes eran los señores principales del reino. Las demás ciudades y pueblos eran administrados por medio de ocho mayordomías cuyo encargo principal era atender las necesidades locales y cobrar los tributos y rentas para sustentar, cada una cierto número de días, la casa y corte del rey.

   Además de esta distribución administrativa y política, existía en Texcoco, siguiendo el esquema común a los pueblos nahuas del altiplano mexicano, el régimen de propiedad o usufructo de las tierras. En cada pueblo o ciudad estaban separadas las tierras dedicadas a sostener los gastos reales o públicos: tlatecalli eran las tierras del rey, tecpantlalli las de los palacios, teopantlalli las de los templos. Por otra parte, pillali eran las tierras de los nobles que se consideraban propiedad particular, y calpulli las tierras comunales de los barrios de cada pueblo, tierras que no podían ser vendidas sino sólo heredadas por los hijos o deudos de los calpullali o macehualli o jefe de familia que las trabajaban y usufructuaban. A la propia capital Texcoco la dividió en seis parcialidades, encargando de su gobierno a los propios vecinos y distribuyendo por barrios los diferentes oficios: plateros y artífices del metal en uno, escritores talladores de la piedra en otro, barrios de pintores, escultores, músicos, reabrió las escuelas y activó algunos sitios que fueron construidos por sus mayores en un pasado remoto, como el Observatorio Astronómico con su barrio de estudiosos de los calendarios, que, se dice, igualaba en importancia al de Teotihuacán, la ciudad de los dioses. El reino de Texcoco en su capital tenía más de treinta barrios, y su estructura política y administrativa culminaba con un cuerpo de leyes y ordenanzas y con el funcionamiento de cuatro consejos: de Gobierno de Asuntos Civiles y Criminales, de Música y Ciencias, de Guerra, y de Hacienda, presididos por parientes e ilustres del pueblo.

   El señorío para aplicar justicia estaba dividido en seis cabeceras cada una de las cuales tenía dos jueces que atendían los pleitos en primera instancia. Cuando se presentaban apelaciones se recurría a dos jueces superiores. Para las provincias había otros jueces con autoridad limitada y, cada ochenta días, se reunían en ayuntamientos generales todos los jueces de Texcoco, delante del señor Nezahualcóyotl, para resolver las cuestiones difíciles y tratar asuntos generales de interés del señorío. Fray Toribio de Benavente, Motolinía, escribió en Memoriales o Libro de las cosas de la Nueva España y de los naturales de ella, que “aquellos tribunales eran tan respetados que de México les remitían muchos pleitos para que ellos sentenciaran;  junto a cada uno de los jueces, además de alguaciles para hacer aprehensiones o pesquisas, había un pintor diestro, un tlacuilo, que con sus signos e imágenes consignaba lo que se resolvía de los pleitos. En una gran sala del palacio, cada ochenta días se reunía el rey con toda su familia y los grandes del señorío para escuchar la reprensión pública que un sacerdote viejo y sabio hacía de los vicios y cosas mal hechas que, del rey abajo, se habían visto durante aquel lapso, señalando lo que era menester remediar, reprendiendo los excesos y recordándoles el camino de la virtud. El señorío sobresalía como un centro de irradiación cultural, por el archivo de los documentos indígenas que guardaban en su biblioteca pública, con archivos legales; por el florecimiento de historiadores, filósofos, poetas y artífices y aun por la pureza del náhuatl que allí se hablaba. De otras comarcas, los señores enviaban a Texcoco a sus hijos para pulir su lengua, educarse e instruirse”.

   Fray Toribio de Benavente rescata una visión del palacio del rey: "Esta ciudad de Texcoco era la segunda cosa principal de la tierra, y ansimismo el señor de ella era el segundo señor de la tierra. Subjetaba quince provincias, hasta la provincia de Tuxpán, que está a la costa del Mar del Norte, y así había en Texcoco muy grandes edificios de templos del demonio y muy gentiles casas y aposentos de señores insignes. Cosa fue de ver las casas del señor principal, así la vieja con su huerta cercada de más de mil cedros muy grandes y muy hermosos, y éstos hoy día están los más en pie, aunque la casa está asolada; otra casa tiene que se podía aposentar en ella un ejército, con muchos jardines y un muy grande estanque, por bajo de tierra solían entrar a él con acales o barcas. Es tan grande población la de Texcoco, que llega más de una legua y media o de dos en ancho, y más de seis en largo, donde hay muchas parroquias e innumerables moradores".

   Los palacios que rescató de sus mayores y los que hizo construir Nezahualcóyotl en Texcoco parecen haber sido los más amplios y suntuosos del mundo antiguo indígena mexicano. A la orilla del lago y en torno a dos patios o plazas principales, se extendían en un gran cuadrilátero que albergaba más de trescientas habitaciones y salas -según narra en sus Obras históricas Fernando de Alva Ixtlilxochitl: “Allí se encontraban las bibliotecas, los archivos reales, los lugares en que se reunían los historiadores, filósofos y poetas del reino, algunas escuelas, los aposentos destinados a los señores de México y de Tlacopan cuando venían de visita, las salas del gobierno, de los tribunales y de los consejos, los almacenes, las habitaciones reales y los jardines botánico y zoológico”; que causaron admiración al doctor Francisco Hernández, el naturalista español, cuando visitó lo que de ellos quedaba a mediados del siglo XVI. Además de los jardines que existían junto a los palacios de Texcoco, el rey que amaba al reino vegetal tenía muchos otros, provistos de árboles y flores exóticas, traídos desde lugares remotos; baños rústicos y grutas convertidas en casas de campo, montañas para la caza y bosques. Varios pueblos se alternaban y distribuían el cuidado y servicio de sus dominios. El más famoso de estos lugares de recreación fue el bosque de Tetzcotzinco: una colina cónica, cercana a Texcoco, con una escalinata por la que se ascendía a la plataforma superior y un acueducto que desembocaba en la parte más alta de donde descendía el agua a una serie de estanques esculpidos. Junto a estos jardines estaban los legendarios baños de Nezahualcóyotl, excavados en el pórfido macizo, y un alcázar adonde el rey solía retirarse para sus meditaciones y ayunos. Las salas donde se reunían los poetas y sabios del reino, los archivos reales, la sala de astronomía, ciencia y música y las "escuelas de arte adivinatorio, poesía y cantares" -como las llama Alva Ixtlilxochitl- constituían los centros de la cultura superior de Texcoco. La educación regular para los niños y adolescentes quedaba a cargo de las escuelas llamadas calmécac y telpochcalli, al igual que en el resto del mundo nahua. Las primeras eran las escuelas de educación superior, destinadas a los hijos de los nobles y los sacerdotes, donde se trasmitían las doctrinas y conocimientos más elevados, el aprendizaje de los himnos rituales y la interpretación de los libros pintados. El calmécac era una escuela muy severa que, bajo la advocación de Quetzalcóatl, ponía cuidado principal en el auto sacrificio, la penitencia, el conocimiento y el espíritu. El telpochcalli, en cambio, sólo daba a sus alumnos elementos de religión y moral y se preocupaba sobre todo por preparar buenos guerreros. Contiguo al cuerpo de los palacios se encontraba la explanada de los templos principales de Texcoco. El mayor era la pirámide dedicada a Huitzilopoxtli, y a Tlaloc, el agua, a cuya plataforma superior se ascendía por una escalinata de ciento sesenta escalones. Junto a este templo estaba otro redondo, dedicado a Quetzalcóatl. Y en Huiznahuac, uno de los barrios de Texcoco, estaba el cu o templo de Tezcatlipoca, el dios del oscuro espejo humeante, por quien los texcocanos tenían un culto especial por haberles guiado en su peregrinación hasta tierras chichimecas. Sin embargo, por imposición de los aztecas, en Texcoco al igual que en la mayor parte de los señoríos de la altiplanicie, se practicaron los sacrificios humanos para mantener con el "líquido precioso" la vida del dios Huitzilopoxtli, y Nezahualcóyotl políticamente fracasaba en intentos de desterrar esta práctica de su reino. En la plataforma de los sacrificios humanos del Templo Mayor en Tenochtitlán, un día gritó a viva voz que le causaba repulsión el ritual. Y les arengó ante la importancia de cada ser vivo por ser cada cosa única:

¡Oh vosotros señores!
Así somos únicos,
somos mortales y sin repetir,
de cuatro en cuatro nosotros los hombres,
todos habremos de irnos,
todos habremos de morir en la tierra...
Como una pintura
nos iremos borrando.
Como una flor,
nos iremos secando
aquí sobre la tierra.
Como vestidura de plumaje de ave zacuán
de la preciosa ave de cuello de hule,
nos iremos acabando...
Meditadlo, señores.
Águilas y tigres,
aunque fuerais de jade,
aunque fuerais de oro
también allá iréis,
al lugar de los descarnados.
Tendremos que desaparecer,
nadie habrá de quedar.

  Es justo decir que en su personalidad se juntaba el hombre de espíritu con el soldado, aumentando el señorío de Texcoco con provincias, y que, finalmente había triunfado en él la piedad, la sensibilidad poética, la meditación filosófica y el afán civilizador. Políticamente, llegó a la cúspide de su poder cuando finalmente en su reino prohibió los sacrificios humanos, que su pueblo aprobó y lo amaba. Pero estaba solo. De acuerdo con la costumbre, el rey podía tener todas las mujeres que quería y de todo género de linajes. No se conservan los nombres ni el número de las concubinas que haya tenido Nezahualcóyotl, aunque sí, en conjunto, la estadística de su descendencia, según Alva Ixtlilxochitl, tuvo sesenta hijos varones y cincuenta y siete hijas, a los que hay que añadir los dos que tuvo en su matrimonio con la dulce y silenciosa Azcalxochitzin. De sus hijos aún se conservan noticias, fueron soldados distinguidos, otros ocuparon además puestos importantes en el gobierno del señorío y el segundo de sus hijos habidos en su matrimonio, Nezahualpilli, lo sucedió en el señorío y gobernó Texcoco hasta la llegada de los españoles. El matrimonio formal de Nezahualcóyotl es un documentado episodio de pasión que conocemos de su vida: ninguna de las doncellas que le habían propuesto para que eligiera esposa le había complacido. Cuando al fin eligió a una muchacha de Coatlichan, era tan niña que fue depositada con uno de los hermanos mayores del rey, quien años después, olvidando el destino para que la deseaba su hermano, la dio por esposa a un sobrino del monarca. Nezahualcóyotl, que íntimamente había idealizado a la niña, al enterarse lo que había sucedido con su amada, se fue a vagabundear hacia los bosques, al borde del lago, y siguió hasta Tepechpan, donde salió a recibirlo su vasallo y señor de aquel lugar Cuacuauhtzin, quien lo invitó a comer. Para más honrarlo, decidió que los sirviera la joven Azcalxochitzin, de la nobleza azteca y pariente por tanto de Nezahualcóyotl, a quien Cuacuauhtzin guardaba para que oportunamente fuera su esposa. Debía tener la muchacha entonces, hacia 1443, dieciséis años, y era tan hermosa y llena de gracia que cautivó al antes melancólico monarca.

   Pero aquella súbita pasión tenía que disimularse. Terminado el convite, el señor de Texcoco lo agradeció y volvió a su corte sólo para fraguar la manera de alcanzar a la muchacha. Se dice que Nezahualcóyotl hizo todo lo posible por acercarse a ella, pero Cuacuauhtzin sospechó la asechanza y le impedía cualquier acción al respecto; y como era poeta, al igual que el señor Nezahualcóyotl, compuso unos cantos lastimosos que cantó en el convite que hizo para despedirse de su amada, lo que intuyó sin dudas. En esos cantos -que alcanzaron fama en su tiempo y han llegado hasta nosotros- el poeta infortunado hizo una patética alusión a la perfidia del señor de Texcoco, que al parecer se encontraba en la reunión, alusión que acaso sólo ellos comprendieron. Cuacuauhtzin luego se devolvió a la distancia bajo una lluvia de flechas, y la dulce  Azcalxochitzin se hizo esposa de Nezahualcóyotl en presencia de Moctezuma, señor de México-Tenochtitlán, y de Totoquihuatzin, señor de Tlacopan, y de muchos otros señores y con grandes fiestas, hacia el 1443 o 1444, con los grandes palacios de Texcoco engalanados. El historiador Alva Ixtlilxochitl, acerca de la codicia que lo inflamó por lograr a la joven Azcalxochitzin, condena a Nezahualcóyotl como "la cosa más mal hecha que hizo en toda su vida... fue el celo y el amor que lo cegó".

  En los años siguientes a la boda, el señorío de Texcoco alcanzó su mayor esplendor. Todos los campos estaban sembrados y abundaban los mantenimientos; en las ciudades, las obras de servicio público y de ornato, palacios, templos, plazas, calzadas, acueductos, jardines daban trabajo a jornaleros y artífices. El aparato legal y administrativo funcionaba satisfactoriamente; en la paz política florecían la poesía y las artes. Y en el hogar del maduro Nezahualcóyotl y la joven Azcalxochitzin, su primogénito Tetzauhpiltzintli, el "niño prodigioso", parecía augurar con sus gracias infantiles las virtudes que requería el sucesor del señorío.

  Pero todo cambia, y después de una plaga de langostas, en 1446, que provocó hambre, y una nevada excepcional, en 1450, arruinó o derrumbó muchas casas frágiles, destruyó arboledas y sembradíos y provocó una epidemia que vino y se fue. Los tres años siguientes nuevas heladas y sequías agravaron el hambre. Los animales feroces entraban a los pueblos, morían muchos jóvenes y otros empeñaron el trabajo de sus hijos a trueque de maíz. Los tres señores aliados decidieron suspender el pago de los tributos por seis años y repartieron las reservas de maíz que tenían en sus trojes. Antes y después de estos tiempos aciagos, Nezahualcóyotl realizó obras de gran utilidad pública para su propia ciudad y para la de México-Tenochtitlán. La sequía de la tierra era un viejo problema para Texcoco, situada a la orilla de un lago salitroso. Además de los pozos de donde se extraía agua para regadío, fue menester traer agua de fuentes remotas, entre otras de Teotihuacán, por medio de caños y acequias. Nezahualcóyotl inició su construcción, que proseguiría su hijo Nezahualpilli, y que aún seguían usándolas los españoles a comienzos del siglo XVII para regar sus sementeras. Llevó a cabo otras obras muy importantes para el bienestar del pueblo. Más tarde, por 1449, Moctezuma de Tenochtitlán pidió consejo a Nezahualcóyotl para evitar las inundaciones que periódicamente sufrían, y éste sugirió y dirigió la construcción de un gran dique, de unos doce kilómetros de largo, que puso fuera de peligro la ciudad e impidió, además, que se mezclara el agua salada del lado este con la dulce del oeste. Finalmente, Nezahualcóyotl coronó sus obras en México con el acueducto de Chapultepec, que tras doce años de trabajos se concluyó en 1466. Este fue el primer acueducto formal que proveyó de agua a la Ciudad de México y consistía en dos canales paralelos -para limpiar uno mientras se usaba el otro- que corrían por una calzada sobre el lago. La arquería colonial, del siglo XVII, de la que aún se conservan algunos arcos, se construyó aprovechando los basamentos de ese acueducto.

   Hacia 1467 ocurrieron nuevos acontecimientos dolorosos para el señor Nezahualcóyotl. Tetzauhpiltzintli, el único hijo que hasta entonces tenía en su matrimonio, fue acusado justa o injustamente de traición a la patria y fue ajusticiado. El reino se encontraba sin heredero y la guerra contra los chalcas, que se rebelaban una y otra vez contra la sumisión que quería imponerles la Triple Alianza, se hacía más encarnizada. Luego dos o tres hijos de Nezahualcóyotl, que andaban de cacería con hijos de Axayácatl, de Tenochtitlán, habían sido muertos y ultrajados por los enemigos. Afligido por las adversidades, el señor de Texcoco recurrió a los sacerdotes quienes le aconsejaron comenzar nuevamente los sacrificios humanos para que los dioses aplacaran su ira y le dieran victoria contra sus enemigos y heredero para el señorío. Sin embargo, Nezahualcóyotl se reafirmó en sus sospechas respecto a aquellos dioses despiadados y en su búsqueda de otra verdad. Se retiró entonces a su bosque de Tetzcotzinco donde ayunó cuarenta días, dirigió oraciones al Dios no conocido y compuso cantos en su alabanza. Notemos que estos cantos están dedicados a un dios universal, único, lo que ubica al poeta como a un verdadero iluminado que había descubierto el camino. Dice en uno de ellos:

No en parte alguna puede estar la casa del inventor de sí mismo.
Dios, el señor nuestro, por todas partes es invocado.
Se busca su gloria, su fama en la tierra.
Él es quien inventa las cosas,
él es quien se inventa a sí mismo: Dios.
Por todas partes es también venerado.
Nadie puede aquí,
nadie puede ser amigo del Dador de la Vida;
sólo es invocado, a su lado, junto a él, se puede vivir en la tierra.
El que lo encuentra tan sólo sabe bien esto: él debe ser invocado.

   Cuando el rey-poeta estaba por terminar sus ejercicios espirituales en Tetzcotzinco -refiere Alva Ixtlilxochitl- una aparición anunció a uno de sus acompañantes que al día siguiente Axoquentzin, otro de los hijos del monarca, ganaría la guerra contra los chalcas y que la reina le daría un hijo que le sucedería en el trono.

   El joven Axoquentzin, en efecto -según el mismo historiador-, hizo cautivo al señor de los chalcas y decidió con ello su derrota, y en 1465 nació Nezahualpilli, "príncipe ayunado y deseado". Este culto que, según Alva Ixtlilxochitl, hacía Nezahualcóyotl “a un dios no conocido, y para el cual mandó edificar un templo suntuoso, frente al de Huitzilopoxtli, con una alta torre cuyos nueve sobrados significaban los nueve cielos, y en el interior del décimo, engastado en oro, no había ninguna imagen”, ha sido el origen de la fama que se le atribuye de haber superado las ideas religiosas de su tiempo y haber intuido un dios único, creador del cielo y de la tierra. La antigua doctrina Tolteca concebía ya un principio dual, una ambivalente naturaleza divina a la que reconocía los siguientes atributos: In Tioque in Nahuaque: El Dueño del Cerca y del Junto; Yohualli-ehécatl: Invisible e Impalpable; Ipalnemohuani: Aquel por Quien se Vive o el Dador de la Vida; Totecuio in ilhuicahua in tlaltic-pacque in mictlane: Nuestro Señor, Dueño del Cielo y de la Tierra y de la Región de los Muertos; y Moyocoyani: El que se Inventa a Sí Mismo, de acuerdo con el resumen del maestro Miguel León-Portilla. Por otra parte, dentro del pensamiento Tolteca existían también las enseñanzas de Quetzalcóatl que se había opuesto a los sacrificios humanos. Así pues, cuando Nezahualcóyotl invocaba los antes mencionados atributos de la divinidad o intentaba oponerse a los sacrificios humanos, es cierto que no estaba creando una nueva doctrina, pero la matizó y enriqueció considerablemente, sobre todo en la "humanización" que hace de su tratamiento con la divinidad, retornando a los conceptos de la admirable doctrina Tolteca que, para su tiempo, habían caído en el olvido y eran ya sólo conocidos por un reducido grupo de sabios. Al mismo tiempo que rendía culto a la divinidad invisible e impalpable concebida por los Toltecas, construyéndole un templo, los motivos político-religiosos le obligaban a proseguir la edificación del templo al sanguinario Huitzilopoxtli. En 1467 este  templo estuvo concluido y se hizo su dedicación con sacrificios humanos. El viejo entonces señor Nezahualcóyotl vio con ojos de tristeza aquella construcción orgullosa hecha para la muerte y compuso en esa época un canto en el que auguraba su destrucción y la de su mundo, como en efecto ocurriría con la llegada de los españoles. Sonaba para él, insistente, el anuncio de que era preciso comenzar a desatarse de cuanto había sido su vida y de preparar su muerte. En 1469, Moctezuma Ilhuicamina, su primo, que gobernaba México-Tenochtitlán desde 1440, enfermó. Nezahualcóyotl fue a visitarlo y, para complacerlo, compuso en su honor un hermoso canto, en que elogia la belleza de la Ciudad de México y recuerda a los reyes que los precedieron (fragmentos del Canto y Coro):

“Oídme, por favor, elevaré mi canto para dar deleite a Moteuczomatzin... 
Tantalilili papapapa achala achala. ¡Sea para bien, sea para bien!
Vengo de Acolhuacan. He llegado acá.
Donde hay columnas de turquesas erguidas,
donde hay columnas de turquesa en fila,
aquí en México, en donde entre aguas negras
se yerguen los blancos sauces,
aquí te merecieron tus abuelos,
aquel Hutzilíhuitl y aquel Acamapichtli:
Ellos te vieron con compasión,
ellos te reconocieron con amor, Moteuczoma,
y mantienes el solio y el trono de ellos.
En donde hay sauces blancos
estás reinando tú, y donde hay blancas cañas,
donde hay blancas juncias,
donde el agua de jade se tiende,
aquí en México reinas.

CORO

Tú con preciosos sauces verdes cual jade y quetzal, engalanas la ciudad:
la niebla se tiende sobre nosotros:
que broten nuevas flores bellas
y estén en vuestras manos entretejidas.
Estás remeciendo en el aire tu abanico de plumas de quetzal.
La niebla se tiende sobre nosotros:
que broten nuevas flores bellas
y estén en vuestras manos entretejidas.
Flores de luz erguidas abren sus corolas
donde se tiende el musgo acuático, aquí en México,
plácidamente están ensanchándose,
y en medio del musgo y de los matices
está tendida la ciudad de Tenochtitlán,
la extiende y la hace florecer el dios:
tiene sus ojos fijos en sitio como éste,
los tiene fijos en medio del lago.
Columnas de turquesa se hicieron aquí,
en el inmenso lago se hicieron columnas.
Es el dios que sustenta la ciudad,
y lleva en sus brazos a Anáhuac en la inmensa laguna.
Flores preciosas hay en vuestras manos,
con sauces de quetzal habéis rociado la ciudad,
y por todo el cerco, y por todo el día.
El inmenso lago matizáis de colores,
la gran ciudad de Anáhuac matizáis de colores,
oh vosotros nobles.
A ti  Moteuczomatzin
os ha creado el que da la vida,
os ha creado el dios en medio de la laguna”.

   Poco tiempo después murió el señor de México y Nezahualcóyotl asistió a sus exequias y participó en la jura de Axayácatl. El poema que dedicó al rey Moctezuma enfermo es un largo canto, con la intervención de varios poetas y coro, y debió haber sido representado acaso en un patio interior de los palacios. En su poesía hay obras memorables; lo característico en él era su capacidad para concentrar en poemas sus meditaciones acerca de los temas de su poesía: un solo dios que es todos los dioses, el destino del hombre y la poesía misma, sus descripciones de los sitios que le rodeaban, sus ordenanzas como guerrero y, especialmente, sus profecías. Su poesía religiosa, y sus himnos breves, son, a mi parecer, la manifestación más importante de la cultura prehispánica, aunque no solamente como profecías de la llegada de un dios único, como lo presenta Alva Ixtlilxochitl, sino también por el rigor y la gravedad de su pensamiento como intelectual. En el desarrollo de sus temas leemos teología, razonamiento estricto y aun desnudo del habitual ropaje metafórico. En estas reflexiones acerca del dios único, sorprende la desdeñosa objetividad como considera al dios desconocido, a quien enfrenta acerca del destino trágico que la divinidad ha impuesto a los hombres. Con excepción de algunos himnos que son una alabanza, lo característico de estos poemas es esta consideración no predeterminada por la adoración. El fundamento crítico del pensamiento religioso de Nezahualcóyotl parte de una áspera reflexión sobre el conocimiento humano y la acción de la divinidad. Afirma:

Nos enloquece el dador de la vida...
Nadie en verdad es tu amigo, ¡oh Dador de la Vida!
Sólo como si entre las flores buscáramos a alguien,
así te buscamos, nosotros que vivimos en la tierra,
mientras estamos a tu lado hasta hastiar tu corazón,
sólo por poco tiempo estaremos junto a ti y a tu lado.
Nos enloquece el Dador de la Vida, nos embriaga aquí.
Nadie puede estar acaso a tu lado.
Sólo tú alteras las cosas, como lo sabe nuestro corazón.
¿Eres tú verdadero?
¿Eres tú verdadero, tienes raíz?                                              
¿Eres verdad?
¿Acaso no lo eres, como dicen?
¡Que nuestros corazones
no tengan tormento!
Todo lo que es verdadero,
(lo que tiene raíz),
dicen que no es verdadero
(que no tiene raíz),
el Dador de la Vida sólo se muestra arbitrario.
¡Que nuestros corazones
no tengan tormento!
Porque él es el Dador de la Vida.
Solamente él, el Dador de la Vida.
Vana sabiduría tenía yo,
¿acaso alguien no lo sabía?
¿Acaso alguien no?
Realidades preciosas haces llover,
de ti proviene tu felicidad.
Olorosas flores, flores preciosas,
con ansia yo las deseaba, vana sabiduría tenía yo...
¡Es un puro jade!
¡Es un puro jade,
un ancho plumaje
tu corazón, tu palabra,
oh padre nuestro!
¡Tú compadeces al hombre,
tú lo ves con piedad!
¡Sólo por un brevísimo instante
está uno junto a ti y a tu lado!
Preciosas cual jade brotan tus flores,
oh por quien todo vive;
cual perfumadas flores se perfeccionan,
cual azules guacamayas abren sus corolas...
¡Sólo por un brevísimo instante estamos junto a ti y a tu lado!
Comienzo a cantar... Comienzo a cantar:
elevo a la altura el canto de aquél por quien todo vive.
Canto festivo ha llegado:
viene a alcanzar al Sumo Arbitro:
oh príncipes, tómense en préstamo valiosas flores.
Ya las renueva:
¿cómo lo haré? Con sus ramos adórneme yo,
yo lloraré: soy desdichado por eso lloro.
Breve instante a tu lado, oh por quien todo vive:
Verdaderamente tú marcas el destino al hombre   
¿puede haber quién se sienta sin dicha en la tierra?
Con variadas flores engalanado
está enhiesto tu tambor,
oh por quien todo vive,
con flores, con frescuras te dan placer los príncipes:
Un breve instante en esta forma es la mansión de las flores del canto.
Las bellas flores del maíz tostado están abriendo allí sus corolas:
hace estrépito, gorjea
el pájaro sonaja de quetzal,
del que hace vivir todo:
flores de oro están abriendo su corola.
Con colores de ave dorada, de rojinegra y de roja luciente matizas tú tus cantos:
con plumas de quetzal ennobleces a tus amigos Águilas y Tigres:
los haces valerosos.
¿Quién la piedad ha de alcanzar arriba
en donde se hace uno noble,
donde se logra gloria?
A tus amigos, Águilas y Tigres:
los haces valerosos.
Tú, ave azul...
Tú, ave azul, tú lúcida guacamaya andas volando:
Arbitro Sumo por quien todo vive:
tú te estremeces, tú te explayas aquí de mi casa plena, de mi morada plena, el sitio es aquí.
Con tu piedad y con tu gracia puede vivirse, oh autor de vida, en la tierra:
tú te estremeces, tú te explayas aquí:
de mi casa plena, de mi morada plena el sido es aquí.

  Dos son los atributos principales que aquí menciona de la divinidad: Moyocoyatzin, que el profesor Garibay tradujo por "Sumo Árbitro" y León-Portilla por el "Inventor de Sí Mismo", e Ipalnemoani, el "Dador de la Vida", ambos procedentes de la antigua doctrina Tolteca. Pero, además, Nezahualcóyotl  introduce dos nociones importantes. La primera, al afirmar que "no en parte alguna puede estar la casa del Inventor de Sí Mismo", esto es, que el dios único es omnipresente. La otra noción es inmediata a la aceptación del dios único, a quien luego se increpa sutilmente señalando su cierta frialdad, cuando advierte que en verdad nadie puede considerarse amigo del Dador de la Vida, y que sólo podemos invocarlo y vivir como embriagados a su lado durante el corto tiempo que nos lo permite.

   En general, se diría, los poetas prehispánicos mexicanos no cantaron ni hicieron himnos a las duras divinidades tribales de su pueblo y de su tiempo. El señor Nezahualcóyotl prefirió indagar fría y lúcidamente las relaciones de la divinidad con el hombre y, cuando de su corazón surgieron himnos, estos fueron de dulzura y beatitud para un dios clemente, para In Tioque in Nahuaque; el “Dueño del Cerca y del Junto”, “el sido es aquí”, atributo de la divinidad que también venía de los viejos Toltecas. El pensamiento religioso de Nezahualcóyotl es admirable por la libertad y el rigor de su especulación y por haber logrado una síntesis audaz entre las antiguas concepciones Toltecas y una actitud personal, humanista y crítica de su tiempo. Al igual que en la antigua poesía náhuatl, domina en el rey y poeta una visión desesperanzada de la vida, por la condición prestada y transitoria de cuanto aquí tenemos. Escribió:

Como una pintura
del tlacuilo que colorea
nos iremos borrando,
como una flor
hemos de secarnos
sobre la tierra,
cual ropaje de plumas
del quetzal, del zacuán
del azulejo, iremos pereciendo.
Iremos a su casa.

   Esta vida fingida del libro que a través del tlacuilo la divinidad pinta y borra caprichosamente es nuestra única posibilidad de existencia. Piensa el poeta en los que están ya en el interior de la casa de la muerte y percibe, conmovedoramente, del que partió: “Llegó hasta acá, anda ondulando la tristeza de los que viven ya en el interior de ella”.

   Por ello, nos dice el poeta, "no lloremos en vano a los guerreros y a los príncipes que desaparecieron. Aunque fuéramos cosa aún más preciada, pronto iremos con ellos al lugar de los sin cuerpo, hasta que no quede en el libro figura alguna".

   ¿Qué habrá entonces después de la muerte? ¿Habrá allá una nueva vida? ¿No habrá allá ni tristeza ni recuerdos? ¿También habrá allá una casa y una vida para nosotros? Sólo preguntas cierran su hermoso poema "Los cantos son nuestro atavío". Nezahualcóyotl, como fue común entre antiguos poetas nahuas no concebían respecto al más allá ni esperaban cosa alguna, ese futuro cegado es quizás la raíz de su angustia.

   En el año 1472, a causa de sus muchas fatigas y años, enfermó por primera vez el señor Nezahualcóyotl. Sintiéndose ya cercano a la muerte, tomó providencias para que su hijo Nezahualpilli, entonces sólo de siete años, lo sucediera en el señorío, bajo la regencia de Acapioitzin, su hijo mayor, hasta que el príncipe pudiera gobernar por sí mismo. A todos sus hijos y parientes reunidos les encareció que mantuvieran paz y concordia entre ellos y les pidió que, a su muerte, en lugar de lamentaciones entonaran cantos de alegría para evitar que las ambiciones perturbaran el imperio. Cuando sintió ya cercano el momento se despidió de todos y ordenó a sus criados que no dejasen entrar a nadie, para afrontar a solas su partida. A las pocas horas, invocando acaso a la deidad suprema que había buscado y encontrado, murió la mañana del año 6 pedernal, 1472. Llegaron a Texcoco para sus exequias los dos grandes señores aliados, de México y de Tlacopan, y muchos otros gobernantes y embajadores de los señoríos amigos, y otros más de tierras lejanas y aun enemigas. Se cumplieron con su cuerpo los ritos toltecas, previstos para los grandes señores, de incineración con todos los hábitos, insignias y joyas que le habían pertenecido. Nezahualcóyotl, el señor de Texcoco, permanece desde entonces viviendo en la memoria de las gentes que lo han convertido en una leyenda. Los cantos que se le brindaron en sus exequias hablaban de que  había sido trasladado junto a los dioses y que, como los guerreros muertos en combate, se había convertido en un pájaro reluciente que hacía cortejo al sol. Su partida marca el principio del fin de la antigua cultura de América, y todo quedó escrito en sus profecías que hablaban de días contados.

   Para que fuesen recordados, los hechos memorables de su vida se iban fijando en las imágenes de los tlacuilos y, al mismo tiempo, fluyó también su memoria en los cantos que él había compuesto repetidos con emocionada devoción y pasados de padres a hijos hasta hoy. Apenas dos generaciones después de la muerte del rey poeta, sobrevendría con la conquista española, la catástrofe del mundo americano precolombino y aun la destrucción de archivos de aquella cultura, pero llegó también otro sistema de escritura que hizo posible, en su propio náhuatl, que los indios consignaran los hechos de aquella vida y algunos de sus cantos. Gracias a su celo, el espíritu de Nezahualcóyotl persistió.

   Entre los pioneros que rescataron su obra, a mediados del siglo XVII el cronista mexicano Fernando de Alva Ixtlilxochitl dedica buena parte de su Historia chichimeca a resaltar la vida y algunas obras de Nezahualcóyotl, incluye su traducción dos cantos-profecías del rey poeta. Y en apartados "Liras de Nezahualcóyotl" y "Romance de Nezahualcóyotl", escritos y concebidos en formas españolas. Ambos tienen coincidencias con pasajes de Nezahualcóyotl pero, se ha dicho, hay una exaltación de sí mismo en ciertos pasajes contados que se atribuyen más al traductor, porque en lo más antiguo del rey y poeta que se conoce nunca hay referencia a su gloria o a su fama. En todo caso Alva Ixtlilxochitl se reconoce como su mejor biógrafo. En 1778 fray Josef de Granados y Gálvez publica en sus Tardes americanas un "Canto de Nezahualcóyotl", en prosa y acompañado de su texto otomí. El canto desde el principio es afortunado: "Son las caducas pompas del mundo como los verdes sauces...", que hace que aun se le imite y parafrasee. En 1835-6 Carlos María de Bustamante publica en sus Mañanas de la Alameda de México otro "Canto de Nezahualcóyotl", en prosa, reproducido del manuscrito citado de Alva Ixtlilxochitl. Años más tarde, a mediados del siglo XIX, aparecen las paráfrasis del poeta José Joaquín Pesado, "Cantos de Nezahualcóyotl, rey de Texcoco", apoyado en versiones literales de textos indígenas, que le facilitó el nahuatlato Faustino Chimalpopoca Galicia: se dice que los poemas sólo conservan relaciones incidentales con su supuesta fuente. Otro poeta, Juan de Dios Villalón, publica a fines del siglo XIX una paráfrasis que llama "Canto de Nezahualcóyotl en sus bodas", que sigue el texto de Granados y Gálvez. Sin embargo, la fuente más antigua hasta ahora que rescata parte de la poesía de Nezahualcóyotl que se ha encontrado, estaba en dos viejos manuscritos en náhuatl de fines del siglo XVI: el Ms. Cantares mexicanos y el Ms. Romances de los señores de la Nueva España, las dos más completas colecciones que hasta ahora se conocen de la antigua poesía náhuatl. José Fernando Ramírez parece haber sido el primero en advertir la importancia del Ms. Cantares mexicanos. En 1859 hizo sacar una copia de él, cuando aún se encontraba en la Biblioteca de la Universidad de México de la que pasó a la Biblioteca Nacional, e hizo una descripción de su contenido. Años más tarde, Joaquín García Icazbalceta en sus Apuntes para un catálogo de escritores en lenguas indígenas de América, de 1866, al referirse al manuscrito reprodujo la descripción de Ramírez. No se prestó mucha atención en aquellos años a una de las fuentes principales para el conocimiento de la antigua poesía mexicana, pero poco después comienzan a hacerse copias paleográficas del manuscrito, el cual permanece extraviado al menos desde 1886 y es localizado por José María Vigil en 1890 y cuidado desde entonces en la Biblioteca Nacional de México.

   Las primeras traducciones que se hicieron de los poemas en náhuatl del Ms. Cantares mexicanos fueron las que en 1887 hizo al inglés Daniel G. Brinton. De ellas, retradujo algunas al español José María Vigil, incluyendo dos poemas de Nezahualcóyotl. En 1936, se publican en La producción literaria de los aztecas, de Rubén M. Campos, treinta y tres poemas de dicho manuscrito, traducidos directamente del náhuatl al español por Mariano Jacobo Rojas, en que se incluyen tres poemas de Nezahualcóyotl. Varios críticos afirman (entre ellos nuestro amigo citado el maestro José Luis Martínez y también nuestra querida amiga la maestra Guadalupe Cárdenas, de la Universidad Autónoma del Estado de México), que el verdadero Nezahualcóyotl se rescata a partir de 1937, cuando lo comienza a traducir el profesor Ángel María Garibay K., sobre todo en la antología Poesía indígena de la altiplanicie (1940), en la Historia de la literatura náhuatl (1953-4) y en los tres volúmenes de Poesía náhuatl (1964, 1965 y 1968). En los dos últimos tomos de esta obra, había emprendido la traducción sistemática del Ms. Cantares mexicanos, que la muerte del sabio interrumpió. De Nezahualcóyotl se incluyen diez poemas más un canto elegíaco. Otra fuente principal antigua para el conocimiento de la poesía de Nezahualcóyotl, es también un manuscrito náhuatl, fechado en 1582, arbitrariamente llamado Romances de los señores de la Nueva España, cuyo autor es un bisnieto de Nezahualcóyotl, Juan Bautista Pomar, mestizo y originario de Texcoco, quien para informar al rey Felipe II del estado de la historia de sus territorios, concluyó en marzo de 1582 una Relación de Texcoco -exposición muy valiosa del ambiente histórico y cultural del antiguo señorío- que incluye una recopilación de antiguos poemas nahuas. El manuscrito perteneció y fue conocido por ilustres sabios de los siglos XVIII y XIX. García Icazbalceta publicó, en 1891, exclusivamente la Relación de Pomar y, sólo hasta 1964, el profesor Garibay realizó por primera vez una edición completa del manuscrito -el cual pertenece actualmente a la Biblioteca de Austin, Texas- y tradujo al español la totalidad de los poemas nahuas que forman los Romances, en ellos se encuentra la mayor parte rescatada de los poemas que pueden considerarse de Nezahualcóyotl: veinticuatro cantos que, unidos a los diez que figuran en el Ms. Cantares mexicanos y a los dos cantos-profecías que aparecen en la Historia chichimeca de Alva Ixtlilxochitl, forman la totalidad de la obra poética rescatada  de Nezahualcóyotl.

   El eminente continuador de los estudios de la antigua cultura mexicana Miguel León-Portilla ha realizado también nuevas traducciones de buena parte de los poemas del señor Nezahualcóyotl, al que ha dedicado un importante estudio, en Trece poetas del mundo azteca (1967). El rey poeta cubre en lo que se ha rescatado de él casi la totalidad de la temática náhuatl: indagaciones sobre la naturaleza y la función de la poesía, cantos de flores o de primavera, meditaciones sobre la relación del hombre con la divinidad, lamentos por la fugacidad de la vida y los deleites, elogios de guerreros y príncipes, cavilaciones sobre el más allá, y profecías. Sin embargo, no hay un sólo verso de amor o de erotismo entre los suyos, ni un rasgo de humor ni de burlas, acaso porque estos temas se consideraban inadecuados para la gravedad que convenía al arte de la poesía.

    En atención a las fechas de los acontecimientos a que se refieren algunos de sus cantos, puede deducirse que empezó a componerlos desde los tiempos de sus persecuciones, cuando contaba veinticuatro años, hasta los últimos de su vida, a los sesenta y siete, cuando dedicó a Moctezuma el espléndido canto que describe la belleza de la Ciudad de México. Alva Ixtlilxochitl refiere que, cuando Nezahualcóyotl se retiró a su bosque de Tetzcotzinco, hacia 1465, para ayunar y pedir luces al dios no conocido, "compuso en su alabanza setenta y tantos cantos". Los poemas de espíritu religioso que de él conservamos son evidentemente poemas de su madurez más reflexiva. Al igual que sus variaciones sobre la poesía, sus cantos de primavera y algunos de los poemas en que medita sobre lo que pudiera llamarse el "sentimiento trágico de la vida", también podemos suponer que son de sus años de madurez; sus disquisiciones poéticas, reflexiones filosóficas, cantos de orfandad y angustia, por  su naturaleza intima parecen adecuados para ser cantados, o acaso salmodiados, en las academias literarias, ante otros poetas y sabios y a menudo en forma de concursos o diálogos. Los cantos de primavera debieron componerse para las festividades florales que presidía Xochiquetzal.

   En sus poemas de tema guerrero es muy frecuente la siguiente idea, que parece haber sido importante en la memoria náhuatl: el guerrero se da a conocer, es decir, muestra su verdadero temple humano, y agrada al dios, luchando, apresando cautivos y, sobre todo, muriendo a filo de obsidiana, ofrendándose él mismo como sacrificio para alimentar con su sangre a la divinidad terrible. Y es interesante observar que en los tres breves cantos guerreros que tenemos de Nezahualcóyotl, asocia la función de los cantos con la del sacrificio, pero sólo para expresar sus propias preocupaciones al respecto: para él, la manifestación de la vida y no la muerte es el camino real. Si se compara el lenguaje metafórico que se emplea en el conjunto de la poesía náhuatl con el particular de Nezahualcóyotl podrá advertirse que el poeta elude cuanto está relacionado con la concepción místico-guerrera dominante en su tiempo, su interés es enseñarles el amor a la vida, lo que en su uso diario ponía en práctica rehusando cualquier invitación del día de ritual con sacrificios humanos. Por eso, desarrolla un lenguaje en otras direcciones que expresan sus propias convicciones morales y sus intereses. Nos describe la naturaleza; es feliz porque sabe disfrutar la belleza, la primavera, el invierno, el otoño, el verano de nuestra vida. Son cantos verdaderos por la alegría que nos dan y porque nos ofrecen la posibilidad de un conocimiento inmediato:

Por fin lo comprende mi corazón:
escucho un canto,
contemplo una flor...
¡ojalá no se marchiten!

   ¿Cómo vieron los cronistas españoles la influencia del rey-poeta Nezahualcóyotl en la cultura que arrasaban cuando invadieron Texcoco? Fray Diego Duran, en Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, anota: "Donde hay hermosísima población, cuya gente es en todo esmerada y política, avisada y retórica, de linda lengua y elegante y pulida, cuya pulcritud en el hablar puede tener la prima, como Toledo en España, que salidos de ella, es tosquísima la demás y bárbara. Pensarán algunos que alabo mis agujas en decir bien de Texcoco: ya que no me nacieron allí los dientes, víneles allí a mudar, dado que lo bueno ello se alaba, siendo a todos notorio y manifiesto lo que digo".

    En la Relación de Texcoco, escrita por Juan Bautista Pomar en 1582, dice: “Dormían poco, porque comúnmente se levantaban dos o tres horas antes de que amaneciese a atender sus granjerías y cultivar sus tierras y a bañarse en baños que calentaban, hechos a manera de un aposento muy pequeño y muy bajo, en el lado del cual tenían un hornillo pequeño en que encendían lumbre y echándole agua, entraba el vapor en el aposento y con el calor de él sudaban y se limpiaban y lavaban... Los hombres de linaje y todos los oficios de dignidad y el mismo rey y todos los texcoqueños se trataban en sus vestidos muy honestos. Porque no traían más que mantas blancas. Las leyes y ordenanzas y buenas costumbres y modo de vivir que generalmente se guardaban en toda la tierra procedía de esta ciudad. Porque los reyes de ella procuraban siempre que fuesen tales cuales se ha dicho y por ellas se gobernaban las demás tierras y provincias sujetas a México y Tacuba. Y comúnmente se decía que en esta ciudad tenían el archivo de sus Consejos, leyes y ordenanzas y que en ellas les eran enseñados para vivir honesta y políticamente y no como bestias". En su obra Libros de los ritos y ceremonias en las fiestas de los dioses y celebración de ellas, 1570, escribe Fray Diego Durán: “Preciábanse mucho los mozos de saber bien bailar y cantar y de ser guías de los demás en los bailes. Preciábanse de llevar los pies a son y de acudir a su tiempo con el cuerpo a los meneos que ellos usan, y con la voz a su tiempo. Porque el baile de éstos no solamente se rige por el son, empero también por los altos y bajos, que el canto hace cantando y bailando juntamente. Para los cuales cantares había entre ellos poetas que los componían, dando a cada canto y baile diferente sonada, como nosotros lo usamos con nuestros cantos, dando al soneto y a la octava rima y al terceto sus diferentes sonadas para cantarlos, y así de los demás. Así tenían estos diferencias en sus cantos y bailes, pues cantaban unos muy reposados y graves, los cuales bailaban y cantaban los señores y en las solemnidades grandes, y de mucha autoridad, cantándolos con mucha mesura y sosiego. Otros había de menos gravedad y más agudos, que eran bailes y cantos de placer, que ellos llamaban "bailes de mancebos", en los cuales cantaban algunos cantares de amores y de requiebros, como hoy en día se cantan, cuando se regocijan. Muy común era el bailar en los templos, pero era en las solemnidades, y mucho más común era en las casas reales y de los señores, pues todos ellos tenían sus cantores que les componían cantares de las grandezas de sus antepasados y suyas. Especialmente a Moctezuma, que es el señor de quien más noticia se tiene y de Nezahualcóyotl de Texcoco, les tenían compuestos en sus reinos cantares de sus grandezas y de sus victorias y vencimientos, y linajes, y de sus extrañas riquezas. Los cuales cantares he oído yo muchas veces cantar en bailes públicos, que aunque era conmemoración de sus señores, me dio mucho contento de oír tantas alabanzas y grandezas. Había otros cantores que componían cantares divinos de las grandezas y alabanzas de los dioses, y éstos estaban en los templos; los cuales, así los unos como los otros, tenían sus salarios, y a los cuales llamaban cuicapicque, que quiere decir "componedores de cantos". Anotemos aquí entre los poetas nahuas cuyos nombres se conocen a Tecayehuatzin, Ayocuan, Tochihuitzin y Cuacuauhtzin, entre otros, siendo Nezahualcóyotl el más citado por los cronistas.

   Fray Agustín de Vetancurt, en Teatro mexicano, 1698, afirma: "Dícese de este rey Nezahualcóyotl que fue en las cosas morales entendido, decía muchas veces que los dioses no lo eran, sino maderos, y que era cosa de herejía el adorarlos, y así aconsejaba a sus hijos que no idolatrasen, tenía al sol por padre, y a la tierra por madre, nunca mandó que se sacrificasen hombres en su reino, porque tenía por brutalidad el derramar sangre humana. Luego que entró en el gobierno dispuso las audiencias para hacer justicia, repartió por calles los oficios, en una los plateros, en otra los pintores, etc. Puso leyes con sumo rigor".

   Cuando el señor Nezahualcóyotl se devolvió a la distancia su partida fue sentida aún más allá de la invasión española y algunos cronistas rescataron la pena. Escribió Francisco Javier Clavijero en Historia antigua de México: "Muy sensible fue la pérdida que tuvieron los mexicanos el año de 1470 con la muerte del gran rey de Acolhuacan, Nezahualcóyotl. Fue este rey uno de los mayores héroes de la América antigua". En su investigación Historia de la conquista de México, William H. Prescott lo recuerda con citas como "el mejor que jamás ocupó un trono indio". Y Manuel Orozco y Berra, en su Historia antigua y de la conquista de México, lo cita como "la figura más grande y amorosa de nuestra historia antigua". Yo sólo puedo terminar ahora diciendo:
   Gracias señor Nezahualcóyotl por no parecerte a ninguno de los otros buenos escritores de tu época o de la anterior o de la posterior. Gracias por tener cosas que decir y decirlas en frases propias. Gracias por dar testimonio del tiempo que te ha tocado vivir. Gracias por no decir lo que piensas, sino en decir lo que otros creen que han pensado alguna vez (¿de qué otra manera podías haber desterrado los sacrificios humanos de tu reino?). Gracias por reflejar tu vida, aportar tu experiencia, toda tu aventura humana, todo lo que Dios quiso hacer de ti. Gracias por dejar salir las palabras de tu mano con el corazón en tu mano. Gracias por apoderarte de nuestras tontas y leves emociones y transformarlas en arte. Gracias por extraer belleza de nosotros. Gracias por tu infinita variedad en ingenio, cortesías y formas. Gracias por convertir tus sucesos en ideas. Gracias por no vivir en vano, que la historia del mundo no es más que la historia de los hombres como tú, que la humanidad es sólo un medio y no un fin. Gracias señor Nezahualcóyotl.
(c) Waldemar Verdugo Fuentes.

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